Del parasitismo a la simbiosis: cómo Estado y Nación pueden coexistir en equilibrio

En biología, no todas las relaciones entre organismos son de explotación. Mientras que el parasitismo beneficia a una parte a expensas de la otra, la simbiosis representa una colaboración mutuamente beneficiosa. Esta distinción es útil para analizar la relación entre el Estado y la Nación. En su forma ideal, el Estado debería ser un simbionte, trabajando en armonía con la Nación para garantizar su bienestar. Sin embargo, cuando el poder político se descontrola, el Estado puede convertirse en un vehículo para el verdadero parásito: las ambiciones desmedidas, la corrupción y el abuso de poder. En este artículo, exploraremos esta analogía biológica para entender cómo la ciudadanía, como “sistema inmunológico”, puede defender a la Nación de estos excesos y restaurar el equilibrio.

El Estado como simbionte: una relación ideal

En una relación simbiótica, ambos organismos se benefician mutuamente. Por ejemplo, las bacterias en nuestro intestino nos ayudan a digerir los alimentos, mientras que ellas obtienen nutrientes y un lugar para vivir. De manera similar, el Estado, en su forma ideal, debería trabajar en beneficio de la Nación, proporcionando seguridad, justicia, infraestructura y servicios públicos a cambio de los recursos que recibe (impuestos, legitimidad, participación ciudadana, conciencia cívica).

Cuando el Estado cumple su función correctamente, se convierte en un aliado de la Nación, fortaleciendo su salud, su capacidad para prosperar y desarrollarse. Sin embargo, esta relación simbiótica es frágil y puede romperse cuando el poder político carece de límites y control.

El verdadero parásito: ambiciones desmedidas y abuso de poder

El problema no es el Estado en sí, sino lo que ocurre cuando el poder político se ejerce sin apenas límites. En el juego de la política, las ambiciones desmedidas, la corrupción y el abuso de poder son el verdadero parásito. Este parásito se alimenta de los recursos de la Nación, no para devolverlos en forma de servicios o bienestar, sino para enriquecer a unos pocos y/o para someter a la Nación a intereses internos (separatismos) o externos (imperialistas).

En este escenario, el Estado deja de ser un simbionte y se convierte en un vehículo para el parasitismo. Explota a la Nación, debilitándola y poniendo en riesgo su supervivencia. Por lo tanto, ¿cómo puede defenderse la Nación de este parásito? Aquí es donde entra en juego el “sistema inmunológico”: la ciudadanía.

El sistema inmunológico: la ciudadanía como defensa

En nuestro cuerpo, el sistema inmunológico es la línea de defensa contra invasores externos e internos. Está compuesto por células especializadas (como los anticuerpos) que reconocen y neutralizan las amenazas. En la analogía política, los ciudadanos son esos “anticuerpos”. Tienen la capacidad de reconocer cuando el poder político se está volviendo dañino y de actuar en consecuencia.

Las herramientas del sistema inmunológico ciudadano son:

  • La abstención: Una vez identificado el parásito y cual es su sustento, el voto, la población tiene el deber moral de dejar de cooperar con el parásito simplemente dejando de aportarle el alimento necesario y dejar de legitimarle formal y moralmente.
  • La desobediencia civil: Además de retirarle el alimento hay que cortarle también la respiración, dejándole de aportar oxígeno, hay que disminuir su capacidad extractiva (impuestos) negándonos a entregárselos de forma coordinada.
  • La unión civil fuera del Estado: Cuando los ciudadanos se organizan en colectividades, crean redes de apoyo y resistencias que debilitan al parásito, como un componente pirógeno que aumenta la temperatura del cuerpo para combatir mejor al virus.
  • La protesta y la movilización: Son las células inmunes que se agrupan para atacar una infección, si estas células reconocen el daño pero no le atacan, el parásito vivirá tranquilo siendo reconocido pero consentido.

El sistema inmunológico dormido: la apatía ciudadana

Sin embargo, en muchas naciones, el sistema inmunológico está “dormido”. La ciudadanía, por miedo al cambio, comodidad, desinformación o simplemente servidumbre voluntaria, no actúa contra el parásito. Esto permite que las ambiciones desmedidas y el abuso de poder sigan creciendo sin resistencia.

¿Por qué ocurre esto? En parte, porque el parásito (el poder político descontrolado) tiene herramientas poderosas para mantener al sistema inmunológico inactivo. Controla los medios de comunicación, utiliza la represión y manipula la narrativa para evitar que los ciudadanos reconozcan la amenaza. Es como si el parásito produjera una sustancia que adormece al sistema inmunológico.

Activando el sistema inmunológico: catalizadores del cambio

Pero no todo está perdido. En la naturaleza, el sistema inmunológico puede activarse ante una amenaza grave. Lo mismo ocurre en la política. Algunos “activadores” pueden despertar a la ciudadanía y despertar su capacidad de defensa. Activadores de la revolución, personas valientes, independientes, honradas y dedicadas, personas que han conseguido expresar lo que Don Antonio García-Trevijano nombraba como “genes valientes” que parecieran haberse perdido durante la guerra civil.

  1. Medios independientes y divulgadores: Actúan como “hormonas” que alertan al sistema inmunológico. Informan, despiertan y movilizan a la ciudadanía.
  2. Crisis o eventos catalizadores: Una crisis económica, un escándalo de corrupción o una represión violenta frente a un evento pacífico pueden actuar como “alarmas” que despiertan a la ciudadanía.
  3. Liderazgos inspiradores: Figuras carismáticas o movimientos sociales pueden coordinar y amplificar la respuesta inmunológica.
  4. Educación y concienciación: Un ciudadano informado y con pensamiento libre es como un súper-anticuerpo, inmunoglobulinas específicas frente a la injusticia(IgI), la corrupción(IgC), la apatía(IgA), la traición (IgT).

Restaurando el equilibrio

La analogía biológica nos permite visualizar la relación entre el Estado, la Nación y los ciudadanos de una manera clara y poderosa. El Estado, en su forma ideal, debería ser un simbionte, trabajando en beneficio mutuo con la Nación. Sin embargo, cuando el poder político se descontrola, se convierte en un vehículo para el verdadero parásito: las ambiciones desmedidas, la corrupción y el abuso de poder.

La ciudadanía, como sistema inmunológico, tiene la capacidad de defender a la Nación de estos excesos. Pero para hacerlo, debe estar activa, informada y organizada. Necesitamos más “anticuerpos” (ciudadanos conscientes y activos), más “hormonas” (medios independientes y líderes inspiradores) y más “alarmas” (eventos que movilicen a la población). Solo así podremos restaurar el equilibrio entre el Estado y la Nación, y garantizar que esta última siga viva y saludable.

En última instancia, esta analogía nos recuerda que el poder del Estado no es absoluto. Depende de la legitimidad que le otorgamos como ciudadanos. Y si el parásito se vuelve demasiado dañino, siempre podemos activar nuestro sistema inmunológico para defendernos. La pregunta es: ¿estamos dispuestos a hacerlo?